Las palabras son extraños insectos que hacen sus madrigueras en los libros, los diccionarios y las personas y que, al igual que las abejas, acostumbran a pasearse por las flores y las cosas para aprender su sabor y endulzarnos la vida. Muchas de esas palabras las hemos visto crecer y han vivido tanto tiempo dentro de nosotros que ya las consideramos nuestras. Otras, en cambio, las descubrimos a diario en medio de una conversación, al fondo de la tele o tumbadas en el césped de los encerados. Las palabras son tan necesarias como el pan o la leche que tomamos en el desayuno. Y aunque en ocasiones nos persigan para clavarnos su aguijón, la mayoría de las veces revolotean cerca de nosotros con ganas de jugar y de contarnos cosas. Las palabras sirven para todo, incluso para abrir una lata de sardinas con guantes de boxeo o tocar el clarinete debajo del agua.
Raúl Vacas
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